Descentrados

Dicen que nunca hay que volver a los lugares en los que se fue intensamente feliz. Que resulta preferible atesorar el recuerdo dulce de los escenarios en los que vivimos momentos de radiante esplendor, antes que vernos confrontados con una transformación que probablemente no haya sido amable; de ese modo, permanecerían intactos en nuestra memoria. Hay espacios de nuestro pasado que, usando la expresión de Goethe, nos proporcionan «raíces y alas»: una sensación de pertenencia que nos insufla seguridad para volar libres; espacios que pueden evolucionar –renovarse o morir- pero conservando una identidad en la que todavía podemos reconocernos y no sentirnos desarraigados. Que nos vinculan con nuestra comunidad presente a la vez que con seres queridos que ya no están: las calles y plazas del centro de la ciudad en las que se representan rituales colectivos, por ejemplo.

Pero puede ocurrir que las transformaciones superen cierto umbral, de modo que esa predictibilidad de nuestro entorno más amado desaparezca, lo que ocasiona impotencia y dolor. Es una forma de angustia propia de nuestro tiempo que el filósofo Glenn Albrecht ha definido con el neologismo solastalgia, que es «eso que sientes cuando las casas de tu vecindad, que solían albergar familias, se vuelven comercios y oficinas, o cuando el bosque en el que jugabas cuando niño se incendia (…) Es la nostalgia que sientes por tu hogar estando todavía en él». Se trata de un concepto aún no reconocido por la comunidad científica, aunque quizá los síntomas puedan ser reconocidos por muchos. Entre otras manifestaciones, se ha descrito un estrés existencial que puede ocasionar déficit de atención en quienes lo padecen. En otras palabras: descentramiento.


Publicado en La Opinión de Málaga el 04/09/2020.

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