Aquí vive Juan Gómez

«Aquí vive (sic) Juan Gómez y Antonia López», reza el rótulo manuscrito sobre cartón que, fijado con esparadrapo sobre el portón de obra, informa sobre la identidad de los habitantes del inmueble, o de la parte de él que aún subsiste. Los nombres, claro está, no son los auténticos, y tampoco daremos aquí la dirección en que se han visto, pero la situación es muy real. Nuestros ficticios Antonia y Juan son fichas de una partida de Monopoly que quedó sin terminar. La casilla que ocupan en el tablero limita con otras tantas que ya son solares vacantes, cuyas medianeras lucen el acostumbrado e irregular revestimento amarillo de poliuretano proyectado tan en boga en la década anterior. Todas ellas se cierran a la calle con muros provisionales de fábrica de bloques, pero la de nuestros protagonistas de hoy presenta la singularidad de tener aún moradores en su interior: para ser exactos, en el tercio del fondo de la finca que queda por demoler, ya que los dos tercios restantes no son en la actualidad más que un descampado.

Nunca he visto a Antonia y Juan, aunque su presencia me consta no solamente por el rótulo antes citado sino por la luz en una ventana que se asoma a lo que debió de ser un patio, lo que despierta en mí una respetuosa curiosidad. En la azotea es bien visible un tendedero con ropa puesta a secar, pero las prendas así expuestas no permiten deducción alguna sobre su biografía. ¿Son otras víctimas de nuestro naufragio como sociedad? ¿Quizás son unos supervivientes que se aferran a la carcasa que custodia los recuerdos de toda una vida? Me doy cuenta que estoy escribiendo sobre recuerdos y notas de hace ya algún tiempo, y que tal vez relato en estas líneas una situación que ya no existe. Esta tarde pasearé hasta el hogar de Antonia y Juan. Me pregunto si habrá todavía luz en la ventana, y si la casa seguirá en pie.


Publicado en La Opinión de Málaga el 14/05/2016.

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